Definitivamente, éramos unos idiotas. Leonardo (“Nayo”), Leonardo (“Leo”), Javier (“Javi”) y Armando (“Armando”). Recuerdo como si hubiera sido anoche cuando entramos a una tienda de videojuegos, tomamos varias consolas y salimos corriendo ante la mirada sorprendida de la encargada, a quien no le dimos tiempo ni de reaccionar. Esa noche jugamos hasta cansarnos Halo 3 y Devil May Cry, después, como si fueran desechables, las tiramos a la basura.
Creo que todo empezó a salirse de control el día que necesitábamos más dinero. Sin mucho pensarlo, se nos hizo fácil y armados tan sólo de valor asaltamos un autoservicio: mil 200 pesos, para ellos, como quitarles un pelo a un gato; para nosotros una fortuna. Y había que despilfarrarla. Lo hicimos en una sola noche y no en drogas, lo invertimos en sexo.
Después de esa noche, despertamos en el suelo de un cuartucho y de repente “El Javi” se iluminó o, ¿cómo decía mi maestra?, ¡ha sí!, tuvo una epifanía, y se le ocurrió asaltar un almacén o una gran tienda, alguna empresa que nos dejara mayores ganancias.
Lo planeamos todo, supuestamente. Para llevar a cabo nuestros planes conseguimos que dos chicas más nos ayudaran, Cecy y Karla, a quien no batallamos mucho para convencerlas. Jóvenes como nosotros, estaban ávidas de nuevas experiencias y emociones fuertes.
Ellas, aprovechando su belleza, distraerían a los guardias y en un descuido los atarían; mientras, nosotros les quitaríamos el dinero a los clientes.
Cada uno se consiguió una pistola, Beretta 9mm.
Las chicas entraron, tomaron un collar y salieron, el detector de metales pitó y cuando el guardia vino las chicas se hicieron las difíciles. Para cuando los demás de seguridad llegaron éstas sacaron sus pistolas y los amagaron, en eso los demás entramos y comenzamos a quitarles el dinero a los clientes.
Todos estábamos atentos a lo que hacíamos cuando el sonido más impresionante que alguna vez haya escuchado sacudió mis oídos; era algo impactante y en ese momento no lo comprendí. ¿De dónde provenía ese ruido?
Un grito desquiciado, el chasquido de un gatillo, varios balazos y un niño llorando a todo pulmón taladraban mis oídos.
Karla gritó asustada y con mucha razón: cuatro balazos, pierna, pecho, brazo y el tiro de gracia, aunque de gracioso no tenía nada, y enseguida el cuerpo de Cecy, cayendo, inerte, despacio, desmadejado, como quien se va a dormir, con el sonido característico de la muerte.
Comprendí entonces que la muerte estaba entre nosotros, quizás a mi lado, quizás al lado de la señora obesa del otro lado de la tienda, no lo sé, pero lo que sí sé, es que la escena después de la muerte era lo peor que había visto en mi vida.
Ese cuerpo inerte, esos ojos abiertos, suplicando por volver a vivir, que parecieran rogarte, diciéndote aquí estoy, sigo aquí, como gritando “hazme caso”, pero tú sabes que no se puede y lloras, lloras, lloras irremediablemente, ríos de lágrimas.
Leo y Javi, de manera estúpida, brincan por encima del mostrador y descargan sus armas sobre el guardia que disparó a Cecy. Idiotas, lo mataron, pero también asesinaron a una mujer, a una madre, amiga, esposa, suegra, vecina, cuñada, quién sabe qué era pero lo que fuera ya no volverá a serlo.
Dentro de nuestros planes no contábamos con que ellos estarían armados, entonces, lo oí otra vez, ese sonido, que extraño, trompetas celestiales y tambores del infierno, el violín de la muerte, y aunque fuera diferente el escuchar ese sonido y ver como los dos caían por una ráfaga de balas, seguía siendo terrible e impresionante, Leo y Javi, Javi y Leo, los estupidos ya murieron, a quien le importa. Armando se asusto, que clase de muerte es esa, el himno a la alegría, ahh, Ludwig, impresionante, los disparos, Armando cayendo, cuatro cuerpos, cuatro caídas, Karla estaba totalmente en pánico, solo quedaba yo, si se preguntan que paso conmigo solo les digo que yo ya no quede. Observe, respire, cerré los ojos y ahí estaba Vivaldi. Es curioso pero antes de que comenzáramos yo no lleve balas para la pistola ya que pensé que no la usaríamos, con la pistola sin cartucho decidí hacer algo, pero, ¿Qué?, observe a Cecy, me afligí, a Karla, me asuste, Leo y Javi, reí, Armando, medite y me di cuenta de algo, éramos artistas, acabamos de crear algo espectacular nosotros seis, el mas grande espectáculo jamás creado, y con dedicatoria, dedicada a la muerte, la increíble muerte, tome aire y grite, “somos artistas” a todo pulmón. Tome el arma sin balas y apunte hacia una niña, el gran final, apreté el gatillo y se escucho un leve clic. El sonido era increíble, el sonido del miedo que sentía la niña, la muerte se me apareció, sonrió agradecida por tan grandiosa obra y después desapareció, los guardias se asustaron y dispararon como era lógico, caí, un golpe seco, observe a Karla y susurre “corre”, ella entendió por que se fue de ahí, pensé que seria doloroso, el morir, pero no era así, no se sentía nada, como cuando piensas en todo lo que ha pasado antes de nacer y dices, en verdad sucedió eso, no sentí nada, así es la muerte, nada, mis ojos se encontraron con los de Cecy, sorprendente. Vivaldi es increíble, pensé, en verdad siento el frió con ese violín, después me dije, “que estupido, no es el frió de Vivaldi, es el frió de alguien mas grande, ¿Quién era? A sí, la muerte”.
Mascara rosa
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Te quiero no por quien eres sino por quien soy cuando estoy contigo.
En este punto de mi vida no sabría decirte si te quiero o no. Cada dia que
pasa me doy...
Ooh este cuento ya lo habia leido en tu otro blog, pero aun asi, me gusto volverlo a leer, eres un gran escritor jaja..saludoos.
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